Debemos encontrar un equilibrio entre la protección natural y la sobreprotección que daña a nuestros hijos.

Debemos encontrar un equilibrio entre la protección natural y la sobreprotección que daña a nuestros hijos.

Cuando una madre se enfrenta a la tarea de educar a sus hijos, no es raro que en ocasiones se sienta inmersa en un mar de dilemas. ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Son estos los valores que debo inculcarles? ¿Sabrán valerse por sí mismos cuando llegue el momento?

Ante estos dilemas, es fácil caer en la trampa de la sobreprotección. No confundamos conceptos. La protección en sí no es mala, es un instinto natural del ser humano, es adaptativa y necesaria para la supervivencia de la especie. En cambio, la sobreprotección tiene consecuencias muy negativas en el desarrollo y maduración de nuestros vástagos. Es necesario encontrar un equilibro, proteger a los hijos de los peligros y, al mismo tiempo, permitirles crecer y aprender por sí mismos.

Cuando una madre se enfrenta a la tarea de educar a sus hijos, no es raro que en ocasiones se sienta inmersa en un mar de dilemas. Ante estos dilemas, es fácil caer en la trampa de la sobreprotección.

Los padres sobreprotectores están constantemente encima de sus hijos. Con la intención de evitarles los sufrimientos y disgustos de la vida, obstaculizan su desarrollo y maduración. Por ejemplo, los padres sobreprotectores temen que sus hijos salgan solos de casa (aun teniendo la edad adecuada para hacerlo), no les permiten realizar las tareas domésticas, se inmiscuyen en sus asuntos personales, toman decisiones por ellos, etcétera.

Un niño o adolescente que ha sido sobreprotegido tenderá a la inseguridad y será más fácilmente manipulado por los demás, será propenso a sentimientos de inferioridad y le costará más tomar decisiones. Estos posibles problemas, entre otros, no solo se limitan a los primeros años de vida, sino que pueden repercutir gravemente en la edad adulta.

¿Qué puedo hacer para no ser sobreprotectora con los hijos?

  • Cuando tu hijo solicite tu ayuda, ofrécele tu apoyo y dale ideas para que pueda resolver su problema por sí mismo. Por ejemplo, si olvidó la cartera en la biblioteca, explícale cuáles son los pasos a seguir para recuperarla, pero no vayas tú a buscarla.

 

  • No te anticipes a sus errores. Deja que haga las cosas por sí mismo. Si algo no le sale bien, enséñale cómo debe hacerlo la próxima vez para que vaya mejor. Enfatiza sus aciertos y señálale sus errores.

 

  • Asígnale pequeñas tareas que pueda cumplir en relación a su edad. Por ejemplo, poner la mesa o preparar un acompañamiento para el almuerzo, hacer su cama, ordenar su habitación, salir a hacer la compra solo, etcétera.

 

  • Ayúdale a enfrentarse a sus miedos, no los evites. Por ejemplo, si tiene miedo a la oscuridad, no trates de solucionarlo dejando lámparas encendidas durante la noche. Intenta razonar con el niño, hazle ver que no hay peligro y que puede contar con tu apoyo en caso de necesitarlo.

 

  • Deja que se equivoque y se frustre de vez en cuando. ¡Es natural y necesario para su desarrollo como persona adulta!

 

Es posible que al principio te cueste adoptar estos comportamientos, quizá sientas que no estás cumpliendo tus deberes como madre o que estás fallando a tu hijo. ¡Nada más lejos de la realidad! Lo que realmente estarás haciendo es recorrer, junto a él y no en su lugar, el camino que lleva hacia la madurez.

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